“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al prado y acaricia tibiamente, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene a mí con un trotecillo alegre, que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…”. Estas palabras, ya inmortales, pertenecen a ‘Platero y yo’, el clásico de Juan Ramón Jiménez. Es un libro de referencia: a muchos nos convirtió en amantes de los animales de por vida.
Las cosas han cambiado mucho desde que Jiménez escribió en 1914 las aventuras y desventuras de Platero. En aquellos años, en líneas generales, no había respeto hacia los animales. Eran tan solo eso, animales, en un sentido peyorativo -si es que esto puede existir. Seres vivos que no podían ser amados y cuya existencia dejaba de tener sentido cuando no eran útiles para el ser humano. Todos conocemos atrocidades que se perpetraban antiguamente que si sucediesen hoy, por fortuna, serían castigadas con penas de cárcel. Pero no cantemos victoria. Las corridas de toros son legales (y subvencionadas con fondos públicos, lo cual es denigrante) y barbaridades como el Toro de la Vega todavía cuentan con muchos defensores. Hemos recorrido una larga distancia, pero la meta está lejos y aún no la avistamos.
Las líneas básicas del animalismo son bastante evidentes y están consensuadas: acabar con el sacrilegio de los festejos taurinos, poner los medios necesarios para que el máximo número de animales en peligro de extinción salgan de la lista roja, proteger los ecosistemas más débiles para que la vida animal no se vea perjudicada… Pero hoy hablaré de un punto que, aunque menor, debería comenzar a aparecer en los medios y hacerse un espacio en el debate público. Me estoy refiriendo a la posibilidad de crear un sistema de sanidad pública para las mascotas.
Soy consciente de que es un asunto polémico que suscita varios dilemas éticos y morales. Es difícil posicionarse en un lado o en otro porque hay argumentos suficientes en ambos bandos como para generar incertezas. Pero desde mi modesta opinión voy a romper una lanza a favor de la sanidad pública para perros, gatos y demás bichitos que nos alegran la existencia. Según los datos de la Asociación Madrileña de Veterinarios de Animales de Compañía (AMVAC), en España existen más de 20 millones de mascotas (es decir, hay una en cuatro de cada diez hogares). Otro dato significativo es que el gasto anual por cada perro (incluyendo comida, veterinario, etc.) es de más de 800 euros de media, y el de cada gato es de más de 500 euros. Teniendo en cuenta cómo son los salarios en España, es un dispendio considerable.
Varias personas me han confesado que les gustaría tener una mascota pero no pueden permitírselo. Eso es una desgracia, porque los humanos necesitamos a los animales y ellos a nosotros. La vida es más satisfactoria cuando estás acompañado de palabras y afecto humano, pero también de maullidos o caricias perrunas. Ahora que tenemos un gobierno que mira hacia la izquierda (¡por fin!) y trata a las personas como personas sin importar de dónde sean, puede ser un buen momento para que el animalismo avance en España desde una perspectiva política. Así que aprovecho este espacio para proponer que se realice una prueba piloto y se implante un sistema de sanidad pública para las mascotas. El experimento podría empezar con un número determinado de animales (los que necesiten cuidados más urgentes) y a partir de aquí estudiar cuánto cuesta y si sería asumible aumentar la atención de manera progresiva.
Y llegamos a la gran pregunta: ¿qué hacemos para que no se enfaden aquellos que no tienen mascotas? Yo planteo dos escenarios. El primero es que las personas que tengan un animal de compañía paguen un impuesto o una tasa especial al estado y que el sistema sanitario se sufrague con estos fondos. Una segunda posibilidad es que en la declaración de la renta aparezca una casilla para que los contribuyentes que así lo deseen colaboren con esta causa (me da en la nariz, llamadme malpensado, que tendría más éxito que la de la Iglesia).
Es probable que un modelo de gestión sanitaria como el que tenemos los humanos no sea asumible, pero que nadie pueda reprocharnos no haberlo intentado. Sería algo muy positivo para ti y para mí, para tu perro y para el mío, para los peludos a los que tanto queremos, para las personas que están solas y necesitan un amigo, para aquellos que lloramos con la muerte de Platero, en definitiva, para todos los que tenemos un corazón que late.
Ángel Juárez Almendros. Presidente de Mare Terra Fundació Mediterrània y de la Red Internacional de Escritores por la Tierra