Cuando explico anécdotas que he vivido en primera persona y me doy cuenta de que puedo enganchar una tras otra sin esfuerzo, de que podría rememorar historias hasta el fin de los tiempos, hasta yo me asusto de mí mismo. Y ante la cara de sorpresa de mis interlocutores por mi amplio currículum de vivencias personales, suelo responder con un pequeño chascarrillo tan divertido como real: “Es que yo a mis 59 años no he vivido una vida, sino tres o cuatro”.
Echo la vista atrás y mi experiencia vital me deja a cuadros: me cuesta creer que haya sido capaz de hacer tantas cosas en tan poco tiempo. He visitado decenas de países en los cinco continentes, he participado en múltiples actos culturales o reivindicativos, he puesto en marcha infinidad de proyectos, he estado en lugares que ni sabía que existían… Pero si hay algo que me hace feliz y jamás me podrán quitar es la oportunidad de haber conocido a miles de personas que me han dedicado su atención. Individuos de prestigio mundial, pero también sujetos anónimos. Siempre me he considerado un ser social por encima de todas las cosas, y la humanidad a cambio me lo ha recompensado con momentos inolvidables.
Muchos de estos encuentros han tenido lugar a través de los Premios Ones Mediterrània, los galardones que la fundación que presido celebra desde hace 21 años, y que recompensan a personas que protegen o difunden los valores del medio ambiente y la cultura solidaria. En estas dos décadas hemos traído a Tarragona a personas muy interesantes y he tenido la oportunidad de mantener conversaciones relajadas con ellos, de bebernos un café en mi terraza y hablar de la vida, del ser humano, del medio ambiente o de los conflictos mundiales. Como organizadores hemos tenido acceso directo a los galardonados, estableciendo relaciones que van más allá de correos electrónicos informativos o molestas llamadas telefónicas de tres minutos. He podido conocer a los seres que se esconden detrás de la máscara mediática.
Estas experiencias me han llevado a dos reflexiones que quiero compartir. En primer lugar, me he dado cuenta de que la gran mayoría de personas reconocidas tienen un patrón común: su sencillez. Cuanto más importantes son estos hombres y mujeres, cuantos más grandes son los retos que han conseguido, más humildad me han wwwstrado. Hablamos de seres humanos que debido a su influencia tienen un poder enorme, y que sin embargo no lo usan para conseguir sus propósitos personales. Eso es lo que las diferencia y las hace especiales, ya que estoy harto de ver a personajillos mediocres usando su poder exclusivamente para su bien personal. Notaréis que los desprecio con todas mis fuerzas. En mi opinión, las personas que valen realmente la pena son aquellas cuya grandeza reside en su modestia.
Otro rasgo identificativo que he observado entre los premiados –especialmente en aquellos que por sus logros son más mediáticos- es que tienden a recluirse y prefieren permanecer en un segundo plano. El motivo es simple: por su bondad no saben decir que no, pero llega un momento en el que uno no da para más y hay que dar un pequeño paso atrás. Eso es algo que yo, a otro nivel, también he experimentado. Por eso me he sentido reflejado muchas veces en sus miradas y actitudes. Las personas más duras y valientes son también frágiles. Y esa endeblez nace de la imposibilidad de ayudar a todo el mundo, de la tragedia que es comprender que no todo está en nuestra mano, que llega un día en el que tenemos que parar porque se nos acaban las fuerzas. Es una fragilidad, en cierto modo, digna de aplauso. Una fragilidad que humaniza y, como la muerte, nos iguala a todos en un mismo plano.
Todos estos pensamientos –así como otros que me reservo para otras circunstancias- asaltan mi cabeza durante estos días porque hemos empezado a preparar un libro en el que vamos a conmemorar los 21 años de los Premios Ones Mediterrània. Los capítulos serán escritos por diversos galardonados (en representación de los más de 300 que han recibido un Premio Ones) y todos ellos brindarán su óptica personal explicando qué significó en su momento recibir este reconocimiento. Ya nos han confirmado su presencia personas de primerísimo nivel que de momento no voy a desvelar para crear un poco de expectación. Será un libro, en definitiva, a la altura de unos premios que desde la modestia se han acabado convirtiendo en un referente.
En mi caso, además de escribir un capítulo, también tendré la responsabilidad de recopilar las centenares de anécdotas que las galas han dejado para el recuerdo. Poca broma: dentro de los Premios Ones se han creado (aunque también roto) parejas, se han engendrado niños, se han hecho locuras que hoy en día enrojecerían la cara a más de uno… Valdrá la pena, aunque ahora mismo reconozco que me estoy sintiendo como el Abuelo Cebolleta. Pero no me importa: es el precio que hay que pagar por haber vivido tres vidas pese a disponer tan solo de una.
Ángel Juárez Almendros
Presidente de Mare Terra Fundació Mediterrània y de la Red Internacional de Escritores por la Tierra