Señoras y señores, amigas y amigos, me disculpo de antemano por mi lenguaje obsceno pero quiero iniciar este artículo con una sentencia que no dé lugar a equívocos: la sanidad pública se va a la mierda. No es la primera vez que hago una afirmación de este calibre. Incluso se ha convertido en un mantra que repito de manera paulatina, con algunos matices, desde hace años. Sin embargo, las palabras de hoy son especiales porque la situación es excepcional. No me tiembla el pulso a la hora de escribir que la sanidad pública ha llegado a un punto crítico y de no retorno. Nunca habíamos estado peor. El precipicio nunca había estado tan cerca.
Vivimos las consecuencias de la nefasta gestión política que empezó en 2011 con los recortes salvajes del inolvidable Boi Ruiz. Desde entonces la degradación de la sanidad pública ha evolucionado de manera pausada pero implacable, y sin remordimientos por los daños causados. No es una cuestión de nombres o de siglas concretas. Si nos ponemos a señalar, nos faltarían dedos en las manos para apuntar a los culpables. Casi todo el mundo ha pecado. Mi conclusión es que la muerte de la sanidad pública es responsabilidad de un modelo que los políticos que han estado al cargo no se han atrevido a cuestionar. El tiempo, juez inclemente, pondrá a todo el mundo en su sitio. Ahora no tenemos que ponernos a buscar culpables, sino analizar la situación y aplicar los remedios necesarios.
Antes de que alguien me acuse de agorero quiero compartir unos datos que demuestran cómo poco a poco la sanidad privada ha ido comiéndose el espacio de la pública con el consiguiente beneficio económico para unos cuantos. Según un informe del Instituto para el Desarrollo e Integración de la Sanidad, los centros privados disponen del 69% de los hospitales y del 56% de las camas en Catalunya (aunque sólo lleven a cabo el 25% de las intervenciones quirúrgicas). Por otra parte, en un artículo de Marta Carreras y Roger Bernat, miembros de la Associació Catalana per la Defensa de la Sanitat Pública, se afirma que “el 27% de los ciudadanos de Catalunya tiene un seguro privado. La disminución de un 15% del presupuesto sanitario público entre 2010 y 2014 ha repercutido en un aumento del 16% en los beneficios de las aseguradoras”. Digan lo que digan, la privatización sanitaria catalana es evidente. Los números están ahí. ¿Alguien lo niega? No hay peor ciego que el que no quiere ver.
El escenario es catastrófico y no nos ha quedado más remedio que pasar a la acción. Desde la Coordinadora d’Entitats de Tarragona impulsamos un movimiento para aglutinar a todos los actores posibles (asociaciones, partidos políticos, sindicatos…) con un único objetivo: salvar la sanidad pública de las garras de aquellos que quieren especular con la salud de los ciudadanos. La Plataforma por una sanidad pública de calidad en Tarragona empezó a caminar hace apenas un mes y ya sumamos más de 200 adhesiones, representando a miles de personas. En poco tiempo nos hemos hecho grandes y fuertes. Somos conscientes de que nuestra existencia es molesta y muchos nos miran con desconfianza. Somos peligrosos, un grano en el culo, y ellos lo saben. Poco después de nuestra aparición y nuestras duras críticas, el Diari Més anunció que Salut se ha cargado al director territorial en Tarragona, Roger Pla. Y mientras redactaba este artículo me he enterado de la dimisión del director del Hospital Sant Joan de Reus, Òscar Ros. ¿Será una cuestión de azar? Yo soy de los que piensan que las casualidades no existen…
No sé cómo acabará la Plataforma, si conseguiremos vencer a los malos o no, y no tengo ni idea de cuál es el futuro de la sanidad pública en Catalunya. Soy optimista por naturaleza, así que diría que las cosas cambiarán y tendremos un sistema mejor para todos. Pero no quiero acabar con un final feliz. Estoy demasiado cabreado. Prefiero hacerlo con una pequeña reflexión. Me he dado cuenta de que la mayoría de los ciudadanos que critican la gestión sanitaria del Govern no mueven ni un dedo para cambiar las cosas. Están cabreados, pero no hacen nada para evitarlo. Quizás tienen cosas mejores que hacer o simplemente es una cuestión de pereza. Sea como sea, la inmensa mayoría no se implica de manera directa a no ser que tenga motivos personales para hacerlo. Para mí es una tragedia. Es muy cómodo esperar sentado en el sofá a que los demás solucionen los problemas comunes. Si seguimos así, la gran revolución social nunca llegará.
Algunos se sentirán ofendidos por mi introspección, pero necesitaba compartirla. Si alguien se enfada, no sufriré por ello. Además, yo no dejaré de luchar en ningún momento. Resistiré en la trinchera, pase lo que pase, tenga los apoyos que tenga. Me identifico al máximo con lo que cantaba Loquillo en una de sus canciones: “no vine aquí para hacer amigos, pero sabes que siempre puedes contar conmigo”.
Ángel Juárez Almendros. Presidente de Mare Terra Fundació Mediterrània y de la Red Internacional de Escritores por la Tierra