“Lo peor de quedarte dormido en la playa no es que te quemes la piel, sino la sanción que te pone el Ministerio de Industria por acumular energía solar”. Chascarrillos tan divertidos e ingeniosos como el anterior (su autor, por cierto, es J. Morgan) han aflorado con fuerza en la Red durante los últimos días a raíz de la polémica por el Impuesto del Sol aprobado por el (des)gobierno del PP. Y es que los españoles tendremos muchos defectos, pero la falta de sentido del humor no es uno de ellos. Pero que nuestra socarronería congénita no nos haga perder la perspectiva ni nos aleje de la realidad: el Impuesto del Sol es una vergüenza y debemos tomárnoslo muy en serio.
Por si hay algún despistado en la sala, explicaré qué es exactamente el Impuesto del Sol. Se trata de una tasa única en el mundo que grava el autoconsumo de la energía producida a través de paneles fotovoltaicos. Esta reforma de la regulación eléctrica impulsada por el ministro Soria (ése que es clavadito a Aznar pero sin bigote) supone un duro golpe para el autoconsumo energético y aquellos que apuestan por las energías renovables y, de propina, es una palmadita en la espalda para las grandes empresas eléctricas, aquellas que (¡qué casualidad!) tienen por costumbre acoger a políticos en sus consejos de administración con sueldos indecentes. Lo más grave de todo es que ni se molestan en disimularlo. ¿Recordáis cuando las personas eran tildadas de ‘chaladas’ por defender que las grandes corporaciones gobernaban en realidad el mundo? Bienvenidos al siglo XXI. Los ‘chalados’ tenían razón.
Imaginad la cara que se nos ha quedado a aquellos que hace más de dos décadas que defenwwws, potenciamos y luchamos por las energías renovables. Desde la fundación de Mediterrània, la ONG que presido, siempre hemos apostado por la educación ambiental, convencidos de que o los jóvenes se ponen las pilas y luchan por su planeta o éste morirá más pronto que tarde. En aquel tiempo se empezaba a comprender que las energías renovables no eran tan solo una alternativa, sino nuestra razón de ser y una apuesta a riesgo cero. De hecho, hicimos centenares de visitas con niños al Parque Eólico de Trucafort, la primera instalación de este tipo que se inauguró en la provincia de Tarragona. Y Mediterrània asesoró e intervino para que se instalaran un buen número de placas fotovoltaicas. Había cero dudas. El futuro había llegado en forma de energías renovables, y pensábamos que no había marcha atrás.
Nos equivocamos. Pero nos culpéis. ¿Quién iba a pensar, en los años noventa, que en pleno 2015 tendríamos uno de los gobiernos más retrógrados que se recuerdan? Ni la mente más evolucionada ni el más perspicaz de los creadores de ciencia-ficción podía imaginarlo. Desde que Rajoy se puso al mando, España va hacia atrás, como los cangrejos. La involución vivida durante este tiempo es meteórica, y el ataque despiadado contra la revolucionaria batería Tesla y el ‘Impuesto al Sol’ han sido las joyas de la corona. Una corona que, por cierto, apesta.
El Impuesto al Sol, un tributo que no existe en ningún otro estado, ha provocado que seamos el hazmerreír de todo el mundo. Europa nos ha puesto en su punto de mira y nos sancionará por poner trabas a las energías renovables, mientras que la prestigiosa revista Forbes ha publicado un artículo en el que ridiculiza hasta la humillación esta medida gubernamental. Y por si no fuera suficiente, se rumorea que algunos poderosos fondos de inversión estadounidenses quieren presentar litigios importantes contra nuestro país. Por otra parte, como era de esperar, el resto de partidos políticos españoles se han comprometido a derogar esta tasa en caso de que se hagan con la victoria en las próximas elecciones. En definitiva, es bastante obvio que el PP no va a encontrar aliados para defender esta idea de bombero. Se han quedado solos, y en las urnas lo van a pagar caro…
Pero hasta que los votos de los ciudadanos no lo remedien, tendremos que aguantar a este gobierno sin pies, ni cabeza, ni rumbo, que no sabe aprovechar ningún viento porque no sabe a dónde se dirige. España ha pasado de ser el imperio “donde no se pone el Sol” de Felipe II al país “que cobra por el Sol” de Rajoy. Aunque nos sonroje la cara, ojalá que el Impuesto al Sol sea el epitafio de un presidente y un gobierno indigno y que por muchos defectos que tengamos no nos merecemos.
Mi parte favorita de este vodevil y el motivo por el que no he perdido la esperanza es que la solución está en nuestras manos. Recapacitemos y obremos en consecuencia. Y si finalmente las urnas dan la razón a Rajoy… ¿os acordáis del chiste de que algún día nos cobrarán por respirar? Era una broma inofensiva, pero ahora ya no lo parece tanto. O quizás pronto se planteen crear una tasa por la brisa que nos refresca el cuerpo, la lluvia que remoja nuestras plantas o las estrellas que nos iluminan. En este mundo de locos, ya todo es posible.
Ángel Juárez Almendros
Presidente de Mare Terra Fundación Mediterrània y de la Red Internacional de Escritores por la Tierra