La ciencia aún no ha sido capaz de dictaminar por qué el tiempo pasa más rápido a medida que envejecemos. Es un fenómeno inescrutable que todos conocemos y que me genera una profunda insatisfacción. Me molesta que los años transcurran cada vez más deprisa y el tiempo se siga desperdiciando. No soporto que las agujas del reloj avancen a toda máquina y mientras tanto nuestras quejas o reivindicaciones sigan cayendo en saco roto. Pero… ¿existe acaso alguna solución? Me temo que no. Por lo tanto, debemos seguir enseñando las garras y confiar que, esta vez sí, nuestros deseos se hagan realidad. Hagamos caso al clásico proverbio: mientras hay vida, hay esperanza (además, tampoco tenemos otro remedio…).
Muchos de los anhelos y lamentos para el 2018 son los mismos que los del 2017 y el 2016, y aún podría rebobinar hacia atrás unos cuantos años más. Y aunque eso no deja en buen lugar a algunos, yo tengo que seguir con mi cantinela. Por ejemplo, tengo que desear que los Juegos del Mediterráneo de Tarragona se celebren de una santa vez (un nuevo retraso no se podría justificar) y que estos sean un éxito para la ciudad. Pero lo que realmente pido a nuestros mandatarios es que sean responsables y sepan gestionar de manera inteligente todas las infraestructuras y espacios que se han creado para el evento. El futuro de la urbe estará ligado a la administración de este legado, así que es una cuestión para tomársela muy en serio.
Mi carta a los reyes prosigue con otro clásico que todos los tarraconenses nos sabemos de memoria: solucionar de una vez y para siempre los graves problemas que tenemos con el ferrocarril. Eso significa varias cosas: tener una estación digna de una capital de provincia, acabar con el tercermundismo que existe en el sistema de cercanías, mejorar las conexiones… Y no powwws olvidar lo que para muchos es una utopía o una fantasía para ilusos pero para mí es un proyecto muy complejo pero ni mucho menos irrealizable: desviar el tráfico de mercancías de la línea de la costa y conseguir una ciudad que mire al mar en vez de darle la espalda. Llamadme loco si queréis, pero estoy convencido de que mis ojos lo verán algún día.
Otro tema histórico de mi querida (pero maltratada) ciudad es la conexión (o, más bien, la ausencia de ella) entre el centro y los barrios periféricos. Cuando yo era un jovencito imberbe y acababa de llegar (y el tiempo pasaba mucho más despacio que ahora) ya se hablaba de este problema. Más de cuatro décadas después, seguimos en esta lucha. Porque un mísero carril-bici que además está lleno de obstáculos no puede considerarse como la plena conectividad. Ir caminando desde algunos barrios hasta el centro puede considerarse como un deporte de máximo riesgo, y eso, en pleno 2018, no nos lo powwws permitir. Por si no había quedado claro, yo voy a seguir insistiendo hasta quedarme sin aliento. Y no aceptaré excusas.
Hay muchas otras cuestiones que me preocupan y debemos poner el dedo en la llaga, aunque escueza. Por citar algunas, pienso en las deficiencias en el terreno de la cultura, la proliferación de locales vacíos y los problemas cada vez más graves para el pequeño comercio, la dignificación del Francolí, la degradación de la Part Baixa, los edificios en mal estado de la Part Alta, la falta de ilusión de muchos ciudadanos que, cansados, han optado por tirar la toalla… Pero por encima de todos ellos hay un asunto que me quita el sueño y este año se tiene que empezar a solventar. Me refiero, por supuesto, a la realización de un estudio epidemiológico en el Camp de Tarragona.
Ya lo he dicho muchas veces y no me cansaré de repetirlo (aunque ojalá ésta sea la última vez): necesitamos que se ponga en marcha este estudio porque como vecinos de Tarragona tenemos todo el derecho del mundo a saber cómo afecta la actividad económica e industrial a nuestra salud (en caso de que realmente tenga consecuencias, que ojo, tampoco lo sabemos a ciencia cierta). No es un capricho, sino una necesidad. Tenemos el apoyo de la población (recogimos más de 5.000 firmas en pocas semanas) y del Ayuntamiento (cuyo pleno aprobó por mayoría una moción destinada a la elaboración de un sistema de vigilancia ambiental). Y no hemos dejado de insistir a todas las administraciones para que se pongan de acuerdo y empiecen a trabajar de una puñetera vez. En definitiva, hemos hecho todo lo que nos dijeron que teníamos que hacer pero no hemos obtenido la recompensa prometida. Y eso no nos parece ni justo ni honesto.
¿Y ahora qué? La experiencia me ha wwwstrado en múltiples ocasiones que no existen recetas mágicas, así que seguiré confiando en la única pócima milagrosa que conozco: trabajo, trabajo y más trabajo. Que estos deseos se cumplan no depende de mí, pero me dejaré la vida en ello. En 2019, cuando llegue el momento de redactar una nueva carta a los reyes, comprobaré si el esfuerzo ha sido o no en vano. El tiempo apremia, así que no pienso perderlo. Feliz año nuevo a todos, y ojalá que vuestras ilusiones también se hagan realidad.
Ángel Juárez Almendros. Presidente de Mare Terra Fundació Mediterrània y de la Red Internacional de Escritores por la Tierra