En ‘Blade Runner’, la obra maestra de Ridley Scott rodada en 1982, todos los automóviles son voladores, los robots están tan avanzados que se confunden con personas, y una buena parte de la humanidad reside en planetas que han sido colonizados. Viene esto al caso porque la película está ambientada en… ¡2019! Lo siento, amigo Scott, pero te pasaste de frenada. Los coches todavía no vuelan (pero siguen contaminando), los robots aún lucen como robots y de momento sólo hemos viajado a la Luna y no parece que vayamos a llegar más lejos en mucho tiempo. Más allá de esta broma cinéfila, considero frustrante que ya hayamos dado la bienvenida al 2019 y sigamos arrastrando los mismo problemas que en 2018, 2017, 2016… El tiempo pasa y nada cambia. Otro año más, y la vida sigue igual.
Hace doce meses redacté una carta a los Reyes Magos titulada ‘Año nuevo, quejas viejas’, en la que apuntaba cuáles eran mis anhelos para el 2018. En ella aparecían estas líneas: “que estos deseos se cumplan no depende de mí, pero me dejaré la vida en ello. En 2019, cuando llegue el momento de redactar una nueva carta a los Reyes, comprobaré si el esfuerzo ha sido o no en vano”. Quien me conoce sabe que soy un hombre que cumple sus promesas, por mucho que éstas duelan. Por eso, y pese a que me temo lo peor, repaso la lista para comprobar que, efectivamente, la mayoría de peticiones del 2018 no han sido resueltas. Un año tirado a la basura, y encima al contenedor equivocado. No puedo decir que sea una sorpresa. Mi intuición, que es mi sexto sentido y una fiel compañera de batallas, sigue sin fallarme.
Llegados a este punto, lo más sencillo es caer en la depresión, bajar los brazos y no volver a levantarlos, sacar la bandera blanca y asumir que hemos fallado y que las generaciones venideras van a tener un futuro muy oscuro. Sería una decisión comprensible… pero también muy cómoda. Y el arte de procrastinar, vaya usted a saber por qué, nunca ha sido santo de mi devoción. Mi conciencia me obliga a poner sobre la mesa cuatro ideas que serán esenciales si queremos que el 2019 sea el año en el que todo cambie para siempre:
– Tenemos que plantear el 2019 como un año en el que existen determinadas líneas rojas que no deben pisarse, ni mucho menos cruzarse. En 2018, algunas que parecían insalvables se han traspasado con total impunidad mientras algunos miraban hacia otro lado. Cuando hablo de líneas rojas me refiero a que seas del partido que seas, tengas la ideología que tengas, hay que luchar y defender los derechos humanos y la igualdad de oportunidades, sin importar dónde hayas nacido, de dónde vengas, cómo es tu aparato reproductor, con quién te metes en la cama o el color de tu piel. En 2018 hemos experimentado un gran retroceso social, y el instinto me dice que vamos a tardar mucho tiempo en recuperar lo perdido. Cuestiones como exigir la derogación de la ley contra la violencia de género me provocan una gran indignación (y vergüenza ajena como ser humano). En fin, tan solo hay que mirar los últimos sondeos electorales para entender de qué estoy hablando y por qué estoy tan preocupado. Ojalá que el 2018 haya supuesto un paso hacia atrás, pero para coger carrerilla y saltar con más fuerza.
– El auge de la ultraderecha en el mundo me lleva a exigir a la Organización de las Naciones Unidas (como ya hice en una carta abierta dirigida a su presidente, António Guterres), que recupere su rol protagonista y haga cumplir a todos los estados del mundo la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en la que se proclama que todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona. Que se pongan las pilas de una vez porque estoy harto de ver morir a personas indefensas en el mar.
– A nivel medioambiental, un año más, la situación es crítica. No sé si nos dará tiempo a arreglar el desastre que estamos tejiendo entre todos. La cumbre de Katowice no ha servido para nada (¡menuda sorpresa!), y líderes de potencias mundiales como Trump o Bolsonaro (su irrupción, por cierto, es una de las peores noticias del 2018) siguen negando la evidencia y afirman que el cambio climático es un invento de los científicos. Y, por si fuera poco, los japoneses han decidido viajar en el tiempo y van a retomar la caza de ballenas. En este punto, reconozco que me cuesta mucho encontrar una rendija de esperanza. Sólo puedo pedir que las personas que nos gobiernan sean responsables y adopten las medidas necesarias para sacarnos de este callejón sin salida antes de que sea tarde (en realidad, sospecho que ya lo es).
– Finalmente, a nivel local, a quien le interese que se lea mi carta de 2018 porque las peticiones son las mismas, punto por punto. Mención especial para el estudio epidemiológico, que un año más ni está ni se le espera. Cuánta saliva gastada en palabras que no llevan a ningún lugar…
¿Cómo será mi carta a los Reyes para el 2020? ¿Volverá a ser tan parecida a la de los años anteriores? Nadie lo sabe, pero deseo con todas mis fuerzas no tener que escribirla. Porque si el 2019 es tan malo a nivel social y medioambiental como su antecesor, la caída y el descenso a los infiernos será irremediable. Ni los Reyes Magos nos podrán salvar de la hecatombe.
Ángel Juárez Almendros. Presidente de Mare Terra Fundació Mediterrània y de la Red Internacional de Escritores por la Tierra